Fallecimiento del Dr. Luis Boerr

A mi Gran Maestro:

Una personalidad impresionante, marco la vida y trayectoria de un grupo selecto de gastroenterólogos que tuvimos la suerte de ser Residentes del gran Hospital de Gastroenterología “Carlos Bonorino Udaondo”. Era el año 1985 cuando el Dr. Crosetti dejaba la Jefatura de Clínica Gastroenterológica de esa institución y un joven de apenas 40 años asumía ese cargo: “Dr. Luis Alberto Boerr”. Ese joven pujante, comprometido, dio un giro importante a la docencia y enseñanza de la especialidad no solo en los propios del lugar, sino de una serie de rotantes de otras instituciones que pedían pasar por esa gran escuela de especialistas.

Fuimos su primera camada de Residentes, exigente, perfeccionista, pero a la vez cómplice, nos enseñó todo, horas y horas compartidas, pacientes, placas, histología, estudios endoscópicos, ir a quirófano y aprender a ver las técnicas quirúrgicas, los pros los contras y las complicaciones. Nos enseñó a ponernos al lado de los enfermos y no solo explorar lo físico, sino saber de sus emociones, de la vida personal, de sus trabajos y sus familias. Él lo sabía todo y podía sentarse y conversar con cualquier enfermo, joven o viejo, esos pobres que hacía tiempo venían sufriendo, sin encontrar respuestas. Nos marcó, nos incentivó a hacer un cambio, a encarar las enfermedades desde todos los ángulos. Fuimos detallistas y minuciosos como él nos insistía desde el inicio de nuestra especialidad. Siempre fue generoso, nos pagaba el café posterior a la recorrida, los medicamentos a los pacientes que no los podían comprar, a veces comida y o dinero para viajar

Las tardes de los pases de guardia, él se sentaba atrás, nos corregía, pero siempre nos acompañaba, nos daba la libertad de expresarnos, estuviera o no de acuerdo con nuestros pensamientos, nos peleábamos y nos amigábamos infinitas veces, por más de 35 años

Pocos tuvimos la suerte de encontrarlo más calmo y más maduro en el Hospital Alemán, pero siempre proyectando programas nuevos, nuevos desafíos, rodeado de los más jóvenes a quienes siempre les dedicó horas de docencia en vivo.

Nos dio oportunidades únicas, nos proyectó hacia una carrera diferente, siempre respetando el lema de dar lo mejor a nuestros pacientes.

Ese sello los fuimos heredando de generación en generación, creamos una escuela de discípulos propios, que no pasan inadvertidos, pero nunca podremos igualarlo.

Le dio duro y con fuerza al cáncer de pulmón hace unos años, dejo a su cómplice cigarrillo, hizo todos los tratamientos y todos los controles, pudo contra el enemigo como nadie esperaba, porque eso también fue un desafío que logró superar como el mejor.

Con la pandemia de ese año, marzo fue la última vez que nos vimos en su despacho, donde todas las mañanas hacíamos el pase de nuestras propias vidas, familiares y médicas.

Sin embargo, él nos llamaba todas las semanas a cada integrante, para que le contemos cosas, siempre pendiente, siempre activo. Su muerte fue para él la menos dolorosa, instantánea, sin sufrimientos, ni dolores. No pudimos despedirte “amigo”, te merecías otra cosa, pero quiero que sepas que estas vivo en nosotros, todos tenemos dentro nuestro esa impronta que supiste trasmitir.

Dra. Silvia Pedreira