Fallecimiento del Dr. Luis Boerr

Buenos Aires,  10 de julio 2020

A mi maestro y amigo el Dr Luis A. Boerr:

   La gastroenterología comenzó para mí hace más de 25 años, cuando roté por el místico hospital “Carlos Bonorino Udaondo”,  un lugar donde el continente no coincidía con el contenido, es ahí donde  conocí  gente increíble y a un personaje que se hacía llamar Luis.

Con el  tiempo tuve la oportunidad de ingresar al hospital y todos los residentes  nos referíamos a él,  como el Dr. Boerr,  ese nombre nos inspiraba respeto, dedicación y pasión por el trabajo, que seguramente estaba en relación con lo que vivíamos a diario, veíamos que llegaba al desolado estacionamiento del Bonorino a las 6.45 de la mañana, bajaba rápidamente de su auto y se dirigía como una tromba a su despacho, de donde salía con su guardapolvo blanco que  dejaba ver el botón del cuello de la camisa desabrochado como para que no le impidiera decir cada palabra que se le venía a la mente y el nudo de la corbata ligeramente desarreglado e  inclinado para distraer la mirada de los adversarios, se dirigía al tercer piso, a lo de “la negrita”, que lo esperaba para hacer una recarga de combustible, negro y sin azúcar,  así empezaba su día.  Ya para las 7,15 sabía todo lo que había pasado en el hospital y más también, si tenía alguna duda de lo que pasaba con algún paciente, se dirigía a la cama indicada y con dos preguntas y un examen rápido del abdomen ya tenía todo resuelto para entrar a la recorrida de sala. A las 8 de la mañana comenzaba la revista, todos teníamos un buen motivo para ir, los residentes nos parábamos en el frente  junto al Dr. Boerr y mirando a un auditorio completo, lleno de personajes maravillosos  que escuchaban atentamente,  contábamos la situación de nuestros pacientes. Todos esperábamos  la bendición papal, que siempre transmitía una conducta final que  era la mejor decisión para tomar con el paciente y esto es muy importante porque es la impronta que todos los “boerreanos” llevamos:  qué es lo mejor para  tú paciente ?  Si el paciente  fuera tú madre o tú abuelo qué harías ?  Lo qué vas a hacer sirve para cambiar la conducta  ó el diagnóstico de tú paciente  ?;  y con estas preguntas básicas que él defendía a capa y espada nos enseñaba que la medicina era mucho más  que conocer el último artículo de New England Journal of Medicine ó hacer  un meticuloso análisis de la medicina basada en evidencias. Por supuesto que estas enseñanzas tenían el condimento de Luis, su humor ácido y siempre elocuente nos hacía sentir  muchas veces que estábamos en verano y sin embargo era un crudo invierno en Buenos Aires y más de una vez casi se cae de la silla algún miembro del staff con  preguntas certeras cuasi dardos envenenados daban en el blanco.  Luego de la recorrida la situación se relajaba, el maestro con algunos de sus discípulos y amigos, como el querido Carlitos Morán, el legendario “Chiche Sosa” y uno de sus discípulos preferido el Dr Fabián Benito (conocí pocas personas en mi vida de la calidad humana de estos tipos) se dirigían raudamente al café de la esquina, a conversar de la vida, de fútbol y también de medicina.  Durante la mañana los residentes continuábamos trabajando en la sala, llevando y trayendo pacientes, haciendo muchas veces de camilleros, extraccionistas, enfermeros, escuchábamos  las penas de nuestros pacientes que en su mayoría provenían de lugares lejanos y muy desprotegidos, pero también trabajábamos de médicos y nos sentíamos dignificados simplemente tratando de ayudar a toda esa gente que ya había recorrido varios lugares y no había encontrado una solución a su problema.  Cuando  evolucionábamos  las historias clínicas en unas pequeñas habitaciones, ubicadas en los extremos de las salas, decoradas con unos muebles de antaño, nos sentábamos de a tres  en cada uno de dos largos bancos de madera y compartíamos la misma mesa, era el momento de las  exquisiteces diagnósticas y de la puesta al día con todo lo que había pasado,  no faltaba un día donde Luis se sentaba entre los residentes para escuchar atentamente, hablarnos de igual a igual y hacer aportes para motivar a los médicos en su tarea de la lucha contra la enfermedad, era ese momento también el espacio del jefe para conversar con cada uno de los médicos  que estábamos en las salas y contar sus hazañas ó las de otros próceres que ya habían pasado por ese hospital; estas situaciones las vivieron médicos jóvenes de todas las provincias argentinas y de múltiples países latinoamericanos que íbamos al Bonorino a aprender gastroenterología y mucho más.

Después de casi 30 años de trabajar en el Hospital Udaondo, cerró ese ciclo y emigró a una nueva casa.  Tuve la suerte de ser uno de los elegidos junto a un grupo de médicos  que compartíamos el mismo origen, el “Bonorino”.  Ya para cuando desembarcó en el Hospital Alemán tenía todo muy  bien pensado tal cual una partida de ajedrez, creó el servicio de gastroenterología que rápidamente se hizo conocido en la ciudad de Buenos Aires y luego en todo el país, al tiempo ocupó el cargo de vicedirector del hospital desde donde se ocupó junto con el Dr. Ricardo  Durlach de estimular el crecimiento del hospital, se creó la unidad de transplante, el servicio de endoscopia y se ocupó de fortalecer los servicios ya existentes, además de impulsar activamente la construcción de la  torre de la calle juncal,  hoy  instituto de oncología.  Fue sin dudas un gran hacedor que en todo el tiempo impulsaba nuevos proyectos que lo mantenían vigente y estimulaba a la gente de su alrededor para mejorar, era su vocación generar nuevas ideas  y desafiar las ya existentes.   En los últimos años tuve la suerte de compartir con él, junto  a mis compañeros del hospital, el café de la mañana y poder conversar de la vida, de proyectos y también de medicina.

Unos años atrás había sorteado una grave enfermedad, creo que eso terminó de formar a una persona íntegra,  estaba muy agradecido de todo lo que había conseguido,  había encontrado el equilibrio justo y en este momento en que el mundo entró en pausa, se fue dejando un gran impronta en la gastroenterología de nuestro país.

Bueno si bien no me pude despedir,  siempre voy a estar agradecido de tus enseñanzas y de tu apoyo incondicional.

Gracias maestro y amigo te vamos a extrañar !!!!

                                                                                                           Dr. Daniel Cimmino